Toda la gente del pueblo alaba enfáticamente el nuevo traje del emperador, temerosa de que sus vecinos puedan darse cuenta de que no lo ven; y, así, tacharles de tontos. Finalmente, como un estruendo que rompe el statu quo general, un niño dice: «¡Pero si va desnudo!».
Generalmente, quién da a conocer un asunto que anda oculto es el niño o el adolescente. Y, ello, lo ejemplifica a la perfección el cuento de Hans Christian Andersen (1805 – 1875): “El traje nuevo del emperador”. Los que trabajamos con familias estamos acostumbrados a que, si lo hay, sea el adolescente el que levante la liebre de aquello que no funciona -o está desordenado u oculto- dentro de su sistema, sea el que sea: familiar, escolar, social…
La adolescencia, como época de cambios y transformaciones, conlleva, entre otras cosas, importantes capacidades creativas y generativas. Y, una de las cosas que movilizan más tumultuosamente dichas capacidades es la dificultad que tenemos los adultos con los cambios. De esta manera, la adolescencia es, también, y por encima de muchas otras cosas que nos quieren vender, un disparador de miedos y conductas defensivas de los adultos y las organizaciones sociales de las que todos y todas formamos parte.
La cuestión, pues, es la siguiente: cuando un adolescente, o un grupo de ellos, expresa algo evidente para todos, pero no dicho por nadie (porque no sabemos o no podemos mirarlo o decirlo), se le tilda de disruptivo, rebelde, hiperactivo, exagerado, maleducado o culpable; como si aquello que le pasara sólo tuviera que ver con él mismo, con su momento evolutivo, con su genética…y para nada con el contexto, lo social, lo cultural o lo sistémico.
Volviendo, de nuevo, al cuento de Andersen quedémonos con la siguiente idea que romper el mito de que la adolescencia es algo tremebundo que debe pasarse cual sarampión. Reza así:
El adolescente tiene buenos motivos para hacer lo que hace o decir lo que dice; y, a menudo, no sabe expresarlo de otro modo que no nos resulte, a los adultos, estrepitoso, escandaloso y espeluznante.
Vayamos pues a los motivos, analicemos las razones, valoremos las relaciones…y escuchemos el mensaje que nos quieren dar a conocer nuestros adolescentes; aceptando que, a menudo, la manera que tienen de expresarlo, esconde más de lo que muestra. Y, sobre todo, démonos cuenta que aquello que quieren transmitir puede movilizar nuestros miedos y fantasmas más terribles.
Son nuestras, de los adultos, las siguientes responsabilidad:
- Escucharles a ellos
- Descifrar, con ellos, el mensaje que quieren transmitirnos
- Sostener, sin culparles a ellos, los miedos que todo ello nos pueda provocar