Cuando matamos al mensajero

Imagen de Christian Hornick

Toda la gente del pueblo alaba enfáticamente el nuevo traje del emperador, temerosa de que sus vecinos puedan darse cuenta de que no lo ven; y, así, tacharles de tontos. Finalmente, como un estruendo que rompe el statu quo general, un niño dice: «¡Pero si va desnudo!».

Generalmente, quién da a conocer un asunto que anda oculto es el niño o el adolescente. Y, ello, lo ejemplifica a la perfección el cuento de Hans Christian Andersen (1805 – 1875): “El traje nuevo del emperador”. Los que trabajamos con familias estamos acostumbrados a que, si lo hay, sea el adolescente el que levante la liebre de aquello que no funciona -o está desordenado u oculto- dentro de su sistema, sea el que sea: familiar, escolar, social…

La adolescencia, como época de cambios y transformaciones, conlleva, entre otras cosas, importantes capacidades creativas y generativas. Y, una de las cosas que movilizan más tumultuosamente dichas capacidades es la dificultad que tenemos los adultos con los cambios. De esta manera, la adolescencia es, también, y por encima de muchas otras cosas que nos quieren vender, un disparador de miedos y conductas defensivas de los adultos y las organizaciones sociales de las que todos y todas formamos parte.

La cuestión, pues, es la siguiente: cuando un adolescente, o un grupo de ellos, expresa algo evidente para todos, pero no dicho por nadie (porque no sabemos o no podemos mirarlo o decirlo), se le tilda de disruptivo, rebelde, hiperactivo, exagerado, maleducado o culpable; como si aquello que le pasara sólo tuviera que ver con él mismo, con su momento evolutivo, con su genética…y para nada con el contexto, lo social, lo cultural o lo sistémico.

Volviendo, de nuevo, al cuento de Andersen quedémonos con la siguiente idea que romper el mito de que la adolescencia es algo tremebundo que debe pasarse cual sarampión. Reza así:

El adolescente tiene buenos motivos para hacer lo que hace o decir lo que dice; y, a menudo, no sabe expresarlo de otro modo que no nos resulte, a los adultos, estrepitoso, escandaloso y espeluznante.

Vayamos pues a los motivos, analicemos las razones, valoremos las relaciones…y escuchemos el mensaje que nos quieren dar a conocer nuestros adolescentes; aceptando que, a menudo, la manera que tienen de expresarlo, esconde más de lo que muestra. Y, sobre todo, démonos cuenta que aquello que quieren transmitir puede movilizar nuestros miedos y fantasmas más terribles.

Son nuestras, de los adultos, las siguientes responsabilidad:

  1. Escucharles a ellos
  2. Descifrar, con ellos, el mensaje que quieren transmitirnos
  3. Sostener, sin culparles a ellos, los miedos que todo ello nos pueda provocar

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