De niño a niño interior, o cómo el trabajo con niños puede ser una segunda oportunidad (1/4)

Casi siempre sin quererlo, me he ido encontrando con personas de las que he aprendido. Personas que con su luz me han iluminado; me han sacado, aunque sea por un breve lapso de tiempo, de la oscuridad en la que, sin saberlo, me encontraba. Sin pretenderlo, pues, he conocido a gente sabia que me ha ayudado a mirarme de frente y por dentro. En este artículo, y en los tres que le seguirán, voy a contar mi historia con Marc (2011); un niño que, ¿simplemente?, siendo quien era, con su luz, ha iluminado mi camino (véase Simplemente… ser). Un sabio que me ha ayudado a mirar mi propio dolor; un dolor olvidado y guardado en el fondo de mi mismo.

Para poder decir, y mantener, que he aprendido algo de un ser de dos años de edad, y asegurarme que, usted lector, no va a considerar este artículo y los que le siguen como algo frívolo, veleidoso, y superficial, igual como lo que se cuenta en El Principito del primer y segundo dibujo del aviador, voy a asegurarme que se vea el elefante dentro de la boa; aunque, y le pido disculpas por ello, bien pudiera ser que, justamente usted no lo requiera. Por lo tanto, y antes de entrar en materia, voy a relatar el cambio de creencias que se ha dado en mí para poder decir en tono serio y formal que he podido aprender algo de un niño de 2 años.

Desde siempre, en boca de educadores, después de una experiencia determinada (unas prácticas, un nuevo trabajo, etc.) he oído la siguiente frase: “de los niños, he aprendido mucho”. Debo reconocer que, en mi época de formador de formadores, esta frase, leída en los trabajos de mis alumnos, que inicialmente me transmitía profundidad, me acabó despertando un sentimiento de ironía y falsedad. Antaño, yo mismo la utilicé. Y, a menudo, quiero aclarar, la dije como muletilla, repetida por hábito.

Así pues, durante mucho tiempo, aunque me haya llenado la boca con la frase de marras, no he aprendido nada de los niños con los que he trabajado. Y, eso, así ha sido, porque habitaba en mí la idea preconcebida, inconsciente, que consideraba a los niños como a unos seres traviesos, ignorantes y distraídos. Por lo tanto, y antes de poder aprender de ellos, si algo debía cambiar era esa creencia que, de alguna manera, funcionaba como filtro. Y no fue hasta el nacimiento de mi primer hijo, Jan (2006), que puedo decir que se dio ese cambio.

De esta manera, aunque mis palabras bien pudieran apoyar el hecho de que se podía aprender algo de los niños, mi idea preconcebida al respecto lo impedía. Y, cabe decir que, las ideas preconcebidas son uno de los más altos muros que separan el mundo adulto del infantil. Y con el objetivo de reforzar esta afirmación, voy a contar que, en estos últimos meses, motivado por el libro El niño divino y el héroe (1994), de Claudio Naranjo (1932), he estado leyéndoles a Jan y Noa una serie de libros que se sitúan dentro de lo que se ha dado en llamar literatura matriarcal (véase Una educación matrística). Enumero autores y títulos: Maurice Druon (1918 – 2009) y su libro Tistú el de los pulgares verdes (1957); Randall Jarrell (1914 – 1965) y su libro La familia animal (1965); Antonie de Saint–Exupéry (1900 – 1944) y su libro El Principito (1943); y, E.B. White (1899 – 1985) y su libro La telaraña de Carlota (1952). Los cito para destacar algo que aparece en todos ellos en relación a la evidente separación, ya mencionada, entre el mundo de los adultos y el de los niños. A saber: los adultos funcionamos con ideas preconcebidas que nos sirven para hacer sin pensar. Dicho lo cual, vale la pena ir un poco más allá, aprovechando que tenemos abiertos estos cuatro libros, y manifestar que la nueva creencia que se instaló en mí, bien podría resumirse en el compendio de los principales rasgos de personalidad que encontramos en los protagonistas de estos libros matriarcales. Son los siguientes: bondad, sabiduría innata y natural, y saber estar “plenamente aquí y ahora”. De esta manera, mi nueva creencia rezaría así: los niños son sabios por naturaleza y, si los consideramos como tal, entonces y sólo entonces, podemos tener la suerte de aprender algo de ellos.

Así pues, y antes de empezar a relatar nada, he querido contar que, desde hace unos años, he empezado a aprender algo de los niños con los que trabajo porque he cambiado una antigua creencia por una nueva. Concretamente he pasado de creer que los niños son seres traviesos, distraídos e ignorantes a creer que los niños son seres sabios, buenos y centrados en el presente. (Sigue en De niño a niño interior, o cómo el trabajo con niños puede ser una segunda oportunidad (2/4))

Aquesta entrada s'ha publicat en Acompañar procesos, Dentro-Fuera, Otra mirada, Sentir - Pensar - Hacer i etiquetada amb , , , , . Afegiu a les adreces d'interès l'enllaç permanent.

7 respostes a De niño a niño interior, o cómo el trabajo con niños puede ser una segunda oportunidad (1/4)

  1. Ananna ha dit:

    Ole tu!

  2. Judith Aparicio ha dit:

    oh la meva filla també es del 2006 i el meu fil del 2010 i si, son uns mestres. dissabte volia fer una practica de coaching i no tenia client, els vaig preguntar al company i a la filla i res. el miquel amb 3 anys em va dir que si, que probava. el que vaig aprendre amb ell no ho hagues apres amb un adult. la seva presencia, la seva resolucio de la relacio que volia treballar amb el seu millor amic i com va trobar l’aprenentatge en un conte. el que fa quan lliuta amb ell i quan el mata simbolicament amb la seva espasa és demostrar que l’estima… uau ! aquests si que son mestres !! gracies per recordar-nos-ho !

  3. Retroenllaç: De niño a niño interior, o cómo el trabajo con niños puede ser una segunda oportunidad (2/4) | Ser para educar

  4. Retroenllaç: La mirada de la gata (2/2) | Ser para educar

  5. Retroenllaç: Ciudadanas y ciudadanos (2/2) | Ser para educar

  6. Retroenllaç: Una pizca de aprendizaje con toques Montessori (4/4) | Ser para educar

  7. Retroenllaç: Agradecimiento a Rebeca y Mauricio Wild | Ser para educar

Deixa un comentari